Estos cuadros que está usted viendo estuvieron a punto de desaparecer para siempre. Su existencia constituye uno de los múltiples desafíos que Vlady se complace en lanzar al Gobierno mexicano.
«Violencias fraternas», «El general», «El uno no camina sin el otro», «Caída y descendimiento» figuran entre las obras cumbres de Vlady.
Es también en ellas donde México está más presente a través del doble movimiento de caída de Ícaro/Cuauhtemoc y de ascensión de la guerrillera desnuda, aunque con la cara tapada con el famoso pasamontañas de la rebelión zapatista de Chiapas.
Pero esas obras son también una ilustración de la paradoja que encarna Vlady.
Todo empezó bien. En 1993 convocan a Vlady en el Ministerio del Interior, lugar siempre inquietante para un artista y disidente. Le espera una agradable sorpresa: el ministro Patrocinio González Garrido le pide que realice una serie de cuadros sobre el tema de la revolución permanente. Como es sabido, México lleva 75 años gobernado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). En la mente del ministro González Garrido la revolución permanente no puede ser otra que la del PRI.
El 13 de octubre de 1994 el gobierno mexicano inaugura los cuatro cuadros monumentales para el Ministerio del Interior. Llegan con gran pompa las autoridades políticas y la televisión filma el acontecimiento. Al día siguiente ocurre algo insólito: los cuadros desaparecen. Los rumores más disparatados dicen que los cuadros ha sido destruidos o incluso que los han robado... Se lanza una campaña de prensa. La comunidad artística de México apoya a Vlady.
En un desenlace muy a lo mexicano, los cuadros aparecen en una antigua cárcel transformada en almacenes para los archivos nacionales: la cárcel de Lecumberri, de siniestro recuerdo. Los transeúntes se persignan y aceleran el paso cuando llegan a la altura del edificio. Los cuadros están guardados en un auditorio. Es posible verlos, pero es preciso encontrar un funcionario que sepa dónde están, obtener un plano del lugar para no perderse, enviar un ordenanza a que pida la llave, dar con otro funcionario que tenga acceso al control de mandos de iluminación de la sala.
El caso es típico de Vlady. En primer lugar, acepta dinero del Gobierno mexicano a pesar de que critica su política. En segundo lugar, emplea su arte para elogiar la guerrilla antigubernamental. El Gobierno le llama la atención. Vlady se indigna muchísimo y arma un gran revuelo. El Gobierno se muestra bonachón y consigue arreglar el incidente.
Esta historia tiene un final feliz: Vlady ha afirmado su libertad y el Gobierno ha demostrado que la libertad de expresión existe en México. ¡Todos salen ganando!